Una
mañana de primavera, una amiga, una caseta de la feria del libro y
un autor desconocido aunque dicharachero.
Todas
las historias deberían llegar como vino a mí este libro,
casualmente, aupado por la sorpresa, sin promociones editoriales ni
premios mediáticos, sin entrevistas en prensa ni tertulias en la
radio.
Ante
la perspectiva de unos días de asueto, lo abres con la apatía que
otorga la ignorancia. Buscas una lectura ligera compatible con la
arena de la playa.
La
sorpresa aparece desde la primera página cuando descubres una prosa
más que correcta, un comienzo potente, una historia que va surgiendo
de forma casi espontánea.
Una
bicicleta se convierte en el elemento mágico de esta novela, la
varita mágica que puede transformar las vidas de los personajes que
transitan por la capital de Egipto.
La
bicicleta también es la urgencia por el cambio y la modernización
de una ciudad incompatible con la prisa, incapaz de variar sus
costumbres y rutinas.
La
bicicleta, como símbolo de libertad, no son para las mujeres
cairotas. El machismo disfrazado de religión y tradición les impide
perseguir sus sueños y ser dueñas de su destino.
La
ciudad de El Cairo, seducida y abandonada, desemboca en una
primavera fugaz, en un espejismo en la plaza Tahrir.
Porque
nunca las bicicletas ni las prisas fueron para El Cairo.
Gracias
a Concha, al escritor Emilio Ferrín y a Ediciones EnHuida por esta
historia.
*La
foto es de Nicolás Marino
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