En
el país donde a las mujeres se les prohibe conducir, Wadjda desea
una bicicleta verde. Con la bicicleta sentirá el viento rozar el
rostro y el cabello se escapará del abaya. Aupada a la bicicleta
retará a su amigo a una carrera que la liberará.
-Las
bicicletas son peligrosas para las niñas. ¿Te crees que eres un
niño?, le recrimina su madre.
Los
ojos de Wadjda nos alejan de cualquier atisbo de tristeza en un mundo
de mujeres solas, invisibles, silenciosas, ocultas a la mirada de los
hombres.
-La
voz de una mujer es su desnudez, reitera la directora del colegio.
Las
niñas, ataviadas con el abaya negro, no pueden escapar de la culpa y
la vergüenza que las atrapa en un laberinto de religión y tabúes.
-Si
tenéis el periodo no podéis tocar el Corán, dice la maestra. Y las
niñas no pueden contener la risa nerviosa.
La rebeldía de Wadjda
la salva del entorno asfixiante en que se viven su madre y ella, de
la ausencia del padre, de ese árbol genealógico en el que solo
aparecen hombres. A Wadjda nadie la podrá ocultar bajo un velo
oscuro porque ella aprendió a montar en su bicicleta verde.
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