Durante las últimas semanas he seguido con asombro las noticias, reportajes, tertulias, artículos de opinión, entradas en blogs, comentarios en facebook y un largo etcétera, sobre la niña expulsada de un instituto madrileño por llevar velo.
Como no tenía una opinión formada al respecto, he escuchado cualquier debate medianamente serio y he leído todo lo que ha caído en mis manos o en la pantalla de mi ordenador.
Por supuesto, yo partía de mis ideas previas. Una de ellas es la repulsa hacia todo lo que implique que la mujer cubra su rostro. Desde muy joven he abominado de esa costumbre tan española por la cual la mujer se casa con la cara oculta por un velo de tul, del brazo de su padre que la entrega a su futuro esposo y amo.
Partiendo de estos principios y como ciudadana que aspira a una educación laica he atendido a los argumentos en este sentido, es decir, los que defendían que en una escuela laica no tiene cabida un velo, que es un símbolo religioso. He mirado por todas partes y no he encontrado la tal escuela laica. Si el gobierno está pagando las clases de religión católica, haciendo perder el tiempo a los niños y las niñas que no la imparten; si todavía hay aulas con crucifijos y maestras que rezan cada mañana; si las vacaciones se organizan en torno a celebraciones católicas como la navidad y la semana santa, ¿de qué escuela laica estamos hablando? ¿Les vamos a impedir llevar crucifijos o medallitas de la virgen del rocío?
También escuché los argumentos que planteaban la cuestión del género, es decir, que el velo es una imposición machista, cuestión con la que estoy de acuerdo. Comprendo y apoyo a las feministas musulmanas en su lucha por no tener que llevar dicha prenda. La familia de Najwa se defiende argumentando que no es una imposición. Con toda seguridad no lo es. Como tampoco obliga nadie a ninguna niña a llevar pendientes. Vaya, pero si son tan pequeñas que no les preguntan si quieren ser marcadas para el resto de sus vidas. Porque un velo se puede quitar pero un agujero en las orejas, no. Tampoco obliga nadie a las mujeres que usan tacones y terminan padeciendo juanetes; ni a las que se someten a cirugía estética; ni a las que pasan hambre constantemente por parecer delgadas; ni a las que se hacen la depilación eléctrica, ni la depilación con cera.
Cuando estaba aturdida por tanto barullo mediático me acordé de F. Ella fue mi alumna hace muchos años. Era simpática, habladora y risueña. Su familia era testigo de Jehová pero ella estaba completamente integrada en el aula. En octavo cambió su carácter. De pronto se mostró irritable, triste, lloraba a menudo. Cuando hablé con ella me confesó que su familia le pedía que tomara una decisión respecto a la religión. Debía elegir libremente si sería testigo de Jehová, como su familia, que, por supuesto, no la presionaba. Tras unos meses de incertidumbre F. eligió de la única manera que una niña de catorce años podía hacer, pero nadie le ahorró aquellos meses de sufrimiento.
En todo este circo que se ha montado en torno a un velo, nadie se ha acordado que debajo había una niña sufriendo.
Por suerte, al final se ha impuesto la lógica de que el derecho a la educación está por encima de velos y religiones. Lástima que nadie haya pensado en proteger a esta niña.
Como no tenía una opinión formada al respecto, he escuchado cualquier debate medianamente serio y he leído todo lo que ha caído en mis manos o en la pantalla de mi ordenador.
Por supuesto, yo partía de mis ideas previas. Una de ellas es la repulsa hacia todo lo que implique que la mujer cubra su rostro. Desde muy joven he abominado de esa costumbre tan española por la cual la mujer se casa con la cara oculta por un velo de tul, del brazo de su padre que la entrega a su futuro esposo y amo.
Partiendo de estos principios y como ciudadana que aspira a una educación laica he atendido a los argumentos en este sentido, es decir, los que defendían que en una escuela laica no tiene cabida un velo, que es un símbolo religioso. He mirado por todas partes y no he encontrado la tal escuela laica. Si el gobierno está pagando las clases de religión católica, haciendo perder el tiempo a los niños y las niñas que no la imparten; si todavía hay aulas con crucifijos y maestras que rezan cada mañana; si las vacaciones se organizan en torno a celebraciones católicas como la navidad y la semana santa, ¿de qué escuela laica estamos hablando? ¿Les vamos a impedir llevar crucifijos o medallitas de la virgen del rocío?
También escuché los argumentos que planteaban la cuestión del género, es decir, que el velo es una imposición machista, cuestión con la que estoy de acuerdo. Comprendo y apoyo a las feministas musulmanas en su lucha por no tener que llevar dicha prenda. La familia de Najwa se defiende argumentando que no es una imposición. Con toda seguridad no lo es. Como tampoco obliga nadie a ninguna niña a llevar pendientes. Vaya, pero si son tan pequeñas que no les preguntan si quieren ser marcadas para el resto de sus vidas. Porque un velo se puede quitar pero un agujero en las orejas, no. Tampoco obliga nadie a las mujeres que usan tacones y terminan padeciendo juanetes; ni a las que se someten a cirugía estética; ni a las que pasan hambre constantemente por parecer delgadas; ni a las que se hacen la depilación eléctrica, ni la depilación con cera.
Cuando estaba aturdida por tanto barullo mediático me acordé de F. Ella fue mi alumna hace muchos años. Era simpática, habladora y risueña. Su familia era testigo de Jehová pero ella estaba completamente integrada en el aula. En octavo cambió su carácter. De pronto se mostró irritable, triste, lloraba a menudo. Cuando hablé con ella me confesó que su familia le pedía que tomara una decisión respecto a la religión. Debía elegir libremente si sería testigo de Jehová, como su familia, que, por supuesto, no la presionaba. Tras unos meses de incertidumbre F. eligió de la única manera que una niña de catorce años podía hacer, pero nadie le ahorró aquellos meses de sufrimiento.
En todo este circo que se ha montado en torno a un velo, nadie se ha acordado que debajo había una niña sufriendo.
Por suerte, al final se ha impuesto la lógica de que el derecho a la educación está por encima de velos y religiones. Lástima que nadie haya pensado en proteger a esta niña.
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